El conocimiento geográfico inglés es producto de los precedentes y el legado de las exploraciones europeas por el mundo. Está construido a partir de convenciones, lleno de remanentes de cosmovisiones anticuadas. Por eso, los topónimos de Altera son pistas de diferentes momentos históricos y de etimologías locales del mundo real.

Por ejemplo, los nombres de las masas terrestres, los continentes, y los topónimos de los continentes de Libea, Asea y Eritrea reflejan conocimientos antiguos. Fueron normalizados por los cartógrafos venecianos, que utilizaron fácilmente los viejos nombres de lugares de la antigüedad y llevaron hacia el oeste el conocimiento del sur y del este a través del contacto con sus homólogos de Alejandría y Constantinopla que, hasta la Era de la Exploración, eran centros críticos para el tráfico de bienes, personas e ideas a través de las grandes masas de tierra de Borealea y África. Gracias a las redes comerciales venecianas y al pragmatismo de sus mercaderes, los europeos pudieron conocer los lugares situados a lo largo y más allá del Mar Rojo y de la Ruta de la Seda.

Los topónimos de la Europea continental occidental suelen corresponder a zonas históricamente católicas. Se derivan de las convenciones de nomenclatura de la Escuela de Dieppe, que fue influyente hasta quedar eclipsada por los cartógrafos de Amberes. La Escuela de Amberes, a su vez, dio a conocer al resto de Europea los lugares del Ártico y la región de Noruega. Así, los sufijos -ny, -land y -ia (en inglés) corresponden generalmente a estas tres escuelas de cartografía influyentes en la tradición inglesa.

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La Escuela de Dieppe también incorporó los topónimos menos sistémicos de los españoles y portugueses, que procedían de las primeras conquistas en los continentes de Septentrea y Crucea, la mayoría de los cuales rompían con la práctica de acuñar exónimos inspirados en los habitantes nativos, sino que procedían de la Doctrina del Descubrimiento. Por el contrario, la posterior Escuela de Amberes normalizó plenamente la práctica de transliterar los topónimos extranjeros bajo la óptica de los pueblos hegemónicos locales. Este fue el caso, sobre todo, de Indea, Sérica y las zonas de Septentrea y Crucea de más difícil acceso para los conquistadores. Sin embargo, las transliteraciones realizadas en esta época conservan las pronunciaciones locales de los siglos XVIII y XIX, y pueden distar bastante de los endónimos modernos.